lunes, noviembre 20, 2006

Dejemos hablar al viento *****

Juan Carlos Onetti

La abuela camina. Pasa de las cortinas a la pintura del abuelo. Ya no se ríe de su bigote de chiquillo, ni del cuello mal puesto. Hace días que respira las últimas partículas de O2. Pero ella recapacita... retoma su ritual.
"Ese Onetti, es algo terrible"
Tomá un libro de Onetti y date por perdido. El bueno para nada adquiere aires de misterio. El melancólico se anima y el animado, se animala.
En fin, que las cosas cambian.
Se me ocurre pensar en la abuela oculta, en ésa, que se esconde en el armario, o en la otra, la que lleva en el ojo una mueca de cinismo.
Me gusta su rostro esquivo en la avenida, y el fracaso de sus páginas en blanco. Soy culpable por perseguirla y verle entre las uñas mi auto-impuesta culpabilidad.
Sí, abuela, Onetti es un escritor malévolo, genial. Hace rato que sientes frío por su culpa y navegas un poco más por estos años que no son tuyos.
Dejemos hablar al viento. Suficiente. Un viaje exuberante e inspirado, aunque al final termines por mandar a la porra a todo el mundo.
Leer a Onetti es sacar a flote el mal sabor que llevas dentro. Al principio, todo bien. Paladeas las palabras, los adjetivos sorpresivos... te involucras. Hasta puede decirse que te diviertes. A la veintena de páginas la vida ya es amarga, huele a sal y a pulga de callejas y para colmo, estás en un sitio que no debes. Ya no eres el lector, sino el espía de vidas ajenas con deleite, y lo mismo, con vergüenza. Sí, abuela, es tu culpa que Medina sea un cobarde y el destino de Frieda, el de Seoane, o el de Juanina. Sé que piensas en la pintura y te acuerdas del abuelo... me equivoco... solo suspiras por las nalgas apretadas del Cordobés.


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"Cualquiera, en Lavanda, una noche de verano, puede extraviar a una mujer sin usar nada más que distracción. Basta manejar un coche atendiendo los peligros, mirando con simuladas furias y atenciones hacia el frente, hacia los costados de las bocacalles.
No sé donde fue que la perdimos."

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"Le dije que sí, claro, comprendo, no faltaba más, gracias, pensando en sus nalgas oprimidas por pantalones negros de torero; su camisa adornada, su viril determinación de no menerarse salvo que el movimiento fuera imprescindible.
-Todo está bien, Manolete -repetí las gracias.
-El Cordobés, si no le molesta -dijo con rabia y ternura y colgó el teléfono."