miércoles, marzo 28, 2007

Babelia**

Esta “novela” la leí en medio de una crisis familiar:

–Es el trabajo, abuela.

–Al carajo con eso, hombre.

Hasta ahora, me había salvado de leer el borrador de una novela. De ahí a publicarlo existe, digamos, la distancia que hay entre un sanitario y una obra de arte.
Con solo el inicio ya sabemos por donde anda la cosa
[1]: exceso de palabras, narrativa floripondiosa, metáforas infelices (infelicísimas), personajes inocuos, otros a los que en definitiva, les falta mayor relieve y coherencia.
Se salvan, excepcionalmente, algunos diálogos de pocas líneas.
Me da la impresión de que es un libro para quien no lee literatura. ¿Y entonces?
Dicen las lenguas (marketing) que es un libro cuya intención “...va más allá de entretener, su objetivo es lograr que el lector se cuestione el entorno en el que se desenvuelve, su cotidianidad, que logre enfrentar un mundo que es encantador en parte pero que es una realidad ácida al mismo tiempo, capaz de turbar al lector.”(La Prensa Libre On Line, 2 de octubre del 2006)
¿Turbar al lector? Para lograr eso la literatura no puede llover sobre mojado. Consumismo, soledad, la búsqueda de lo trascendente, el medio que oprime al individuo... son cuestiones que nos atañen, pero de nada vale decir las cosas que todos dicen de la manera en que todos las dicen.
En este sentido esta novela es un GRAN LUGAR COMUN. Un ejemplo sobre cómo una buena idea no es un buen texto.
Y es el cómo y no el qué, lo que separa a la literatura de una simple rabieta, de un panfleto o de una noticia sobre el agua tibia. Un "deleite" para quienes gustan del falso problema entre fondo y forma.


[1] Subrayo lo que sale sobrando, la falta de gusto, sonido o construcción sintáctica y en algunos casos, el colmo de lo corrongo...

“Eran las cinco y quince de la tarde cuando Ivano saltó del autobús. Hacía el calor húmedo de los implacables días veraniegos. Bramaba el tránsito como un agonizante que se resiste sobre una cama carbonizada. Apresurado el joven se aplastó el pelo y se limpió el sudor de la frente con una manga de la camisa. Luego, se dirigió hacia el Mall que se erguía en la esquina diagonal de una rotonda, enorme construcción en forma rectangular color ocre, con largas filas de ventanas laterales. Había una mujer en la entrada del edificio, taconeando impaciente sobre uno de los escalones. Al ver a Ivano se le demudó el rostro. “Al fin apareciste, ¡ya me tenías inquieta!”, dijo como quitándose un peso de encima...” (Fernández, Guillermo. Babelia. Editorial Universidad de Costa Rica, San José, 2006. pág 1)